por Kathleen McCurdy
Era un jovencito, el menor de la familia, pero ya de edad para asumir alguna responsabilidad. Su padre lo envió a cuidar las ovejas en el campo, y le recordó que no estaría solo pues Dios lo acompañaría. “Amorcito”, le dijo su papá, pues ese fue el nombre que le dieron, “si en algún momento tienes miedo, no olvides de orar a Dios, y Él te protegerá. Te doy permiso para que lleves tu Biblia para estudiar allá en el campo.”
Una noche oscura, Amorcito se recostó en la pradera junto a una de las ovejas. Ella estaba un poco inquieta pues estaba a punto de dar a luz. Pero Amorcito no era el único pendiente de la situación. Sigilosamente se les acercaba una fiera que esperaba apoderarse del recién nacido. Los leones siempre bajaban de las montañas cuando era el tiempo en que nacían los corderitos.
Amorcito despertó repentinamente, justo cuando la oveja terminó de parir, y se dio cuenta de que no estaban solos. La fiera se acercaba para raptar al recién nacido, pero Amorcito pensó que la víctima podría ser él mismo. Quizás había una pequeña cueva no muy lejos, y podría correr rápido para cobijarse allí. Luego pensó en su responsabilidad por las ovejas, y cómo sus hermanos lo tratarían de cobarde si perdiera una. No, este no era tiempo de salvarse; tendría que correr al auxilio del corderito. “Señor, ayúdame”, gritó y salió tras el león, que ya llevaba la delantera, con el cordero en sus fauces.
Amorcito era bueno para correr, y el león tenía una carga pesada. Así que de pronto soltó la carga y se escapó. El niño revisó el corderito y, como no le encontró ninguna herida, lo devolvió a su madre. En la mañana, cuando salía el sol, Amorcito se puso a cantar: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo” Salmo 23.
Pasaron los meses y se aproximaba el invierno. Amorcito había estado creciendo allá en el aire fresco y con mucho ejercicio a la luz del sol. Las ovejas confiaban en él pues los conducía a lugares de buen pasto, y después iban a descansar junto a aguas tranquilas. Él se dio cuenta que a las ovejas no les gustaba beber de las corrientes que bajaban de la montaña, así que formó con algunas rocas un abrevadero para que tuvieran más comodidad. Poco a poco iba aprendiendo a ser un buen pastorcito.
Había osos en las montañas que se preparaban para la hibernación, la temporada de invierno en que dormían varios meses. Pero antes, el oso quería una presa que le llenara el estómago, y nada mejor que una oveja gordita del rebaño. Amorcito lo vio acercarse, y pensó: “¡Ese oso es enorme, casi el doble de mi tamaño! Pero lo voy a espantar” y comenzó a gritar y tirarle piedras. El oso no se disuadió, pero cuando una de las piedras le dio en el hocico, se enojó. Ya no pensaba en la oveja sino en el chico que lo había herido.
“¡Ponme a salvo, Dios mío! ¡Rómpele la quijada a mi enemigo!” Salmo 3:7 NVI. Justamente, eso fue lo que pasó. Amorcito agarró al oso por la quijada y lo derrumbó. De ahí en adelante, nunca más tuvo miedo, porque sabía que Dios estaba con él y lo salvaría de todo peligro.
Tenía la oportunidad, allá en el campo, de contemplar la hermosura de la naturaleza y creación de Dios, y se le revelaban a su alma conceptos más claros del amor divino. Temas que antes le eran oscuros se le aclaraban, se armonizaban las perplejidades, y cada nuevo rayo de luz le arrancaba nuevos himnos de devoción, para la gloria del Señor. El amor que le inspiraba, los dolores que le oprimían, los triunfos que le acompañaban, y todas las providencias divinas en su vida hacían latir su corazón con fervor y agradecimiento, y su voz resonaba en una melodía más rica y dulce; su arpa sonaba cada vez con un gozo más exaltado, pues el Espíritu de Dios estaba con él (basado en “Patriarcas y Profetas” p. 695).
Desarrollaba sus talentos como dones preciosos de Dios. A veces su padre le daba otras tareas, para que siguiera aprendiendo. En la corte real, el rey padecía de depresión severa y alguien pensó que la música podría darle alivio. Amorcito había practicado ya por varios años y tenía fama de ser un buen tañedor. Así que fue llevado ante el rey y efectivamente, sus suaves canciones de alabanza a la fidelidad de Dios y su amor por su pueblo logró calmar al rey, quien se mejoró por un tiempo. Amorcito entonces volvió a casa a cuidar a sus ovejas. Pero meditaba en lo que había visto en el palacio. Era parte de su aprendizaje.
Pasaron los años y el chico ya era adolescente. Una mañana, su padre lo llamó y le entregó un par de sacos con varios panes, quesos, harina tostada y otras cosas para llevar a sus hermanos. Tres de ellos estaban haciendo el servicio militar y justamente había una guerra. Había que llevarles comida, así que Amorcito trajo el burro del establo, puso los sacos de comida encima, y partió.
Tuvo que caminar unos 24 km, así que llegó justo al atardecer. “Aquí viene el Amorcito,” gritó su hermano mayor, burlándose de él como siempre. Pero Amorcito había escuchado una voz ronca y amenazante que provenía del campo del enemigo. ¿Quién sería?
“Ah, con que viniste a espiar,” gritó su hermano. Pero Amorcito estaba escuchando las horribles palabras que desafiaban a Dios y a su pueblo. Otro soldado lo llevó a un barranco desde donde podía ver al tremendo gigante de tres metros y medio de alto que gritaba y vituperaba al Rey y al Dios de su pueblo. ¡Era Goliat! Y David (cuyo nombre en hebreo significa “Amorcito” o “Amado”), exclamó: “¿Quién se cree este filisteo pagano, que se atreve a desafiar al ejército del Dios viviente?” Algunos soldados lo escucharon y enseguida lo contaron al rey, que por supuesto mandó a buscarlo.
1 Samuel 17:32-36 “Y dijo David a Saúl: No desmaye el corazón de ninguno a causa de él; tu siervo irá y peleará contra este filisteo. Dijo Saúl a David: No podrás tú ir contra aquel filisteo, para pelear con él; porque tú eres muchacho, y él un hombre de guerra desde su juventud. David respondió a Saúl: Tu siervo era pastor de las ovejas de su padre; y cuando venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manada, salía yo tras él, y lo hería, y lo libraba de su boca; y si se levantaba contra mí, yo le echaba mano de la quijada, y lo hería y lo mataba. Fuese león, fuese oso, tu siervo lo mataba; y este filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha provocado al ejército del Dios viviente.”
¿Dónde aprendió David a confiar en Dios? En los cerros de su casa, allá con las ovejas. Dios lo preparó para llegar a ser, no solo el rey más famoso que jamás reinara en la tierra, pero también le dio conocimiento de arquitectura pues pudo diseñar el maravilloso templo que su hijo después construyó. Entendía urbanismo pues estableció la capital de su nación en Jerusalén y para allá llevó el arca de Moisés. Fue padre del hombre más sabio, Salomón, que también fue educado en casa. David escribió poesías y canciones que llamamos los Salmos, compuso música para acompañarlos y era arpista experto. Fue un apto guerrero que venció a todos sus enemigos, y lo mejor de todo fue que Dios dijo de él: “He hallado a David hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero” Hechos 13:22.
Si queremos que nuestros hijos lleguen a ser “conformes al corazón de Dios”, debemos darles la libertad para aprender al modo del Rey David, que es también la forma en que aprendió Jesucristo, el Rey del universo.
David alabó al Señor en el Salmo 19:7 diciendo: “Las enseñanzas del Señor son perfectas, reavivan el alma. Los decretos del Señor son confiables, hacen sabio al sencillo” NTV.
Salmo 25:4-5, de David: “Señor, hazme conocer tus caminos; muéstrame tus sendas. Encamíname en tu verdad, ¡enséñame! Tú eres mi Dios y Salvador; ¡en ti pongo mi esperanza todo el día!” NVI.
En el salmo de David 34:6-7, 11: “Este pobre clamó, y el Señor le oyó y lo libró de todas sus angustias. El ángel del Señor acampa en torno a los que le temen; a su lado está para librarlos. … Vengan, hijos míos y escúchenme, que voy a enseñarles el temor del Señor” NVI.
De David, Salmo 71:17-18 “Oh Dios, tú me has enseñado desde mi tierna infancia, y yo siempre les cuento a los demás acerca de tus hechos maravillosos” NTV.
Quizás cuando Amorcito llegó a ser grande se le llamó Amado (como el famoso poeta, Amado Nervo). La cosa es que el Señor siguió preparándolo para ser un gran rey. Era tan bueno con el arpa que lo llevaron nuevamente al palacio y tocó para el Rey Saúl cuando éste volvía a enfermarse. Así tuvo la oportunidad de ver cómo eran las cosas del estado mayor, y qué tenía que hacer un rey.
Después que mató a Goliat, el rey no lo dejaba ya ir a casa, sino que, a pesar de su juventud, lo nombró general sobre mil soldados. Más tarde David se casó con una de las princesas, pero Saúl comenzó a tratarlo mal. Lo persiguió y casi lo mató en varias ocasiones. Era parte de su educación, sin duda.
Cuando Dios nos permite pasar por duras pruebas, es para enseñarnos lecciones importantes. David sabía que Dios lo había elegido para ser rey cuando Samuel lo ungió, siendo aún un cabro chico. Pero confiaba plenamente en que Dios se encargaría de todo ello y nunca buscó la corona por su cuenta.
A veces nuestros hijos hacen malas decisiones, tropiezan y caen del camino que habíamos escogido para ellos. Pero si seguimos fielmente el modelo que Dios nos ha dado, permitiremos que nuestros hijos sufran las consecuencias naturales de sus errores, así como le pasó a David en varias ocasiones.
Una de las primeras veces que David salió arrancando de Saúl, se fue a Nob, la ciudad de los sacerdotes, en busca de ayuda. La historia se encuentra en 1 Samuel 21 y 22. Cuando el sacerdote Ahimelec le preguntó por qué estaba solo, David tuvo miedo. En vez de confiar en el Señor, mintió al sumo sacerdote y le dijo que andaba en una misión secreta del rey. Como tenía hambre, el sacerdote le convidó del pan sagrado. Sin embargo, había otra persona que vio todo eso, Doeg, un siervo del Rey Saúl. Más tarde él se lo contó al rey, lo que causó la muerte de Ahimelec y otros 85 sacerdotes, junto con sus esposas e hijos. ¡Qué triste se sintió David cuando se dio cuenta que su mentira había causado todo eso! (Salmo 52) Si hubiera dicho la verdad, el sumo sacerdote podría haber tomado medidas para salvar a todos de la mano de Doeg. De ahí en adelante, David siempre preguntaba al Señor antes de salir a enfrentar al enemigo.
David fue coronado y asumió el trono a los 30 años. Su educación fue extensa, aunque nunca asistió al colegio. El profeta Samuel fue quien fundara los primeros colegios en Israel, seguramente porque los padres habían dejado de hacer lo que Dios les mandó en cuanto a la educación de sus hijos. Sin embargo, los colegios de Samuel no eran para niños chicos, puesto que las madres todavía estaban cumpliendo con su tarea de educarlos. Las escuelas de los profetas, como se les llamaba, eran para adolescentes que querían ser profetas; pero no daban mejor educación que David recibió en su casa por medio del Señor. David aprendió mucho de Samuel, pero no ingresó a su colegio. Es más, el Hijo de David, Jesucristo, también fue educado en casa según las Escrituras (ver Juan 7:14-15).
He aquí algunas citas de la Dra. Simone Shoeman sobre la temprana educación hebrea:
“No había colegios formales; la vida misma servía como la escuela del niño. Aprendía al vivir en el grupo familiar y participando de sus actividades. Sus padres lo instruían en las habilidades que ellos poseían y querían que él aprendiera. Cuando estaba listo, los ancianos del pueblo le daban instrucciones necesario para asumir las responsabilidades y privilegios de un adulto.
“Se consideraba la familia como la institución fundamental educativa. Varias escrituras exigían que los padres instruyeran a sus hijos (ver Ex 12:26-28; Dt 4:9-10, 6:7-9; Jos 4:21-24; Pr 1:8), de manera que la instrucción a los hijos era obligatoria, con el padre actuando con autoridad de profesor y la madre compartiendo el deber de instruir. Lo más importante para ambos padres era la instrucción religiosa….
“Los hebreos antiguos enfatizaban la idea que la educación es un proceso continuo y se lleva a cabo literalmente de la cuna hasta la sepultura, funcionando en todo tiempo y en todo lugar. Para los hebreos, la educación era definitivamente un asunto de por vida que no terminaba al graduarse. Cada hebreo, sea rico o pobre, joven o anciano, estaba obligado a estudiar la Torá todos los días (los cinco libros de Moisés, los primeros de nuestra Biblia).
“…Los hebreos antiguos consideraban la escolaridad como sumamente importante, pero veían a la familia como la principal institución educativa. Para los hebreos antiguos la responsabilidad de educar y cuidar al niño pertenecía a los padres. Para ellos, la primera necesidad del niño era una vida familiar íntima, en que pudiera vivir según el ejemplo de sus padres, quienes a la vez vivían acorde las demandas de virtud y responsabilidad, y donde la disciplina existía sin tiranía y en que la seguridad estaba basada en los fuertes lazos del amor. Así enfatizaban la necesidad de una vida familiar íntima en la que educar a sus hijos, pues es allí donde el niño primero aprende lo que es importante y lo que no lo es, lo que es eterno y lo que es transitorio (cita de Early Hebrew education and its significance for present-day educational theory and practice — Dr. Simone Schoeman, del Department of Secondary School Education, University of South Africa. Tr. por KSM).
La Biblia no lo dice, pero es obvio que su madre le enseñó a David a leer las Escrituras. Debe haber cargado uno de los rollos cada vez que iba al campo a cuidar las ovejas. Veamos lo que David mismo dijo en cuanto a su educación (seleccionamos versículos del Salmo 119 desde varias versiones que parecen las más claras):
Te alabo, oh Señor; enséñame tus decretos. Recité en voz alta todas las ordenanzas que nos has dado (vers. 12 y 13 NTV).
Estudiaré tus mandamientos y reflexionaré sobre tus caminos. 16Me deleitaré en tus decretos y no olvidaré tu palabra (vers. 15 y 16 NTV).
Abre mis ojos, para que vea las verdades maravillosas que hay en tus enseñanzas (vers. 18 NTV).
Príncipes también se sentaron y hablaron contra mí; Mas tu siervo meditaba en tus estatutos, Pues tus testimonios son mis delicias y mis consejeros (vers. 23 y 24 RV60).
Te he manifestado mis caminos, y me has respondido; Enséñame tus estatutos. Hazme entender el camino de tus mandamientos, para que medite en tus maravillas (vers. 26 y 27 RV60)
Líbrame de mentirme a mí mismo; dame el privilegio de conocer tu enseñanza. He optado por ser fiel; estoy decidido a vivir de acuerdo con tus ordenanzas (vers. 29 NTV).
32Perseguiré tus mandatos, porque tú aumentas mi comprensión (vers. 32 NTV).
Enséñame, Señor, a seguir tus decretos, y los cumpliré hasta el fin. Dame entendimiento para seguir tu ley, y la cumpliré de todo corazón. Dirígeme por la senda de tus mandamientos, porque en ella encuentro mi solaz. Inclina mi corazón hacia tus estatutos y no hacia las ganancias desmedidas (vers. 33-36 NVI).
Gente malvada trata de arrastrarme al pecado, pero estoy firmemente anclado a tus enseñanzas (vers. 61 NTV).
Creo en tus mandatos; ahora enséñame el buen juicio y dame conocimiento. Yo solía desviarme, hasta que me disciplinaste; pero ahora sigo de cerca tu palabra. Tú eres bueno y haces únicamente el bien; enséñame tus decretos (vers. 66-68 NTV).
El corazón de ellos es torpe y necio, yo, en cambio, me deleito en tus enseñanzas. El sufrimiento me hizo bien, porque me enseñó a prestar atención a tus decretos. Tus enseñanzas son más valiosas para mí que millones en oro y plata (vers. 70-73 NTV)
Tus manos me hicieron y me formaron; Hazme entender, y aprenderé tus mandamientos (vers. 73 RV60).
Tus ordenanzas siguen siendo verdad hasta el día de hoy, porque todo está al servicio de tus planes. Si tus enseñanzas no me hubieran sostenido con alegría, ya habría muerto en mi sufrimiento Tus manos me hicieron y me formaron; Hazme entender, y aprenderé tus mandamientos (vers. 91-92 NTV).
¡Sálvame, pues te pertenezco y escudriño tus preceptos! Los impíos me acechan para destruirme,
pero yo me esfuerzo por entender tus estatutos. He visto que aun la perfección tiene sus límites; ¡solo tus mandamientos son infinitos! (vers. 94-96 NVI).
¡Oh, cuanto amo tus enseñanzas! Pienso en ellas todo el día. Tus mandatos me hacen más sabio que mis enemigos, pues me guían constantemente (vers. 97-98 NTV).
Tengo más discernimiento que todos mis maestros porque medito en tus estatutos. Tengo más entendimiento que los ancianos porque obedezco tus preceptos (vers. 99-100 NVI).
No me aparté de tus juicios, Porque tú me enseñaste. ¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca. De tus mandamientos he adquirido inteligencia; Por tanto, he aborrecido todo camino de mentira. Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino (vers. 102-105 RV60).
Tus leyes son mi tesoro; son el deleite de mi corazón. Estoy decidido a obedecer tus decretos hasta el final (vers. 111-112 NVI).
La enseñanza de tu palabra da luz, de modo que hasta los simples pueden entender (vers. 130 NTV).
Tu justicia es eterna, y tus enseñanzas son totalmente ciertas. Cuando la presión y el estrés se me vienen encima, yo encuentro alegría en tus mandatos. Tus leyes siempre tienen razón; ayúdame a entenderlas para poder vivir (vers. 142-144 NTV).
Muy de mañana me levanto a pedir ayuda; en tus palabras he puesto mi esperanza (vers. 147 NVI).
Oh Señor, escucha mi clamor; dame la capacidad de discernir que me prometiste (vers. 169 NTV).
Yo anduve errante como oveja extraviada; busca a tu siervo, porque no me he olvidado de tus mandamientos (vers. 176 RV60).
Y otra versión de Salmo 19:7 La ley de Jehová es perfecta, que vuelve el alma: El testimonio de Jehová, fiel, que hace sabio al pequeño. RVA (al joven TLA)
Muchos descartan “la ley” y “los preceptos” que estudiaba David, porque se trata de los libros de Moisés y otras historias en el Antiguo Testamento. Al sacrificar su vida por nuestra Redención, Jesús cumplió todo en cuanto a lo que apuntaban las ceremonias de Israel. Pero aún queda mucho más en la ley para aprender y obedecer. Por ejemplo, si cumpliéramos las leyes de limpieza de los israelitas, nos salvaríamos de muchas enfermedades. Las leyes en cuanto al justo trato con nuestros vecinos, y por supuesto el mandamiento de enseñar a nuestros hijos, y mucho más que no fue “clavado a la cruz”; en fin, su estudio nos haría sabio como lo fue David.
Dios ayudó a David a vencer al león y el oso, no para que aprendiera a matar a todo lo que encontrara en su camino, sino para que aprendiera a confiar en el Señor en momentos de peligro, y a escuchar y seguir sus directivas.
David no luchó contra Goliat con espada y lanza. Alzando la voz para que el gigante y todos los ejércitos ahí reunidos oyeran, dijo: “―Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo vengo a ti en el nombre del Señor Todopoderoso, el Dios de los ejércitos de Israel, a quien has desafiado. Hoy mismo el Señor te entregará en mis manos; …Todos los que están aquí reconocerán que el Señor salva sin necesidad de espada ni de lanza. La batalla es del Señor” (1 Samuel 17:45-47 NVI).
No está para nosotros detener el mal, pero sí, debemos proteger nuestra libertad para servir a Dios en nuestras familias, y poder educar a nuestros hijos como Dios manda. Podemos preparar el terreno, hablando a nuestros vecinos y aprovechando toda oportunidad para aclarar por qué no enviamos a nuestros hijos al colegio. Es tiempo de que el mundo llegue a respetar esa libertad. Debemos pedir respetuosamente al gobierno que se mantenga la libertad, reconocida en la Constitución de Chile como el derecho de los padres a educar a sus hijos.
Debemos estudiar las Escrituras para aprender cual es toda la voluntad de Dios, y luego obedecer fielmente sus mandatos. No hablamos aquí de la salvación, sino de la educación. Nuestro ejemplo es la mejor instrucción que podemos proveer a nuestros hijos. Pero es Dios quien los iluminará, así como le enseñó a David, para que ellos amen su Palabra, y para que aprendan a consultarle en todo momento y frente a toda decisión.