Capítulo 9: La escritura y la gramática

Aprendiendo Naturalmente por Kathleen McCurdy

Cuando un bebé aprende a hablar, está aprendiendo destrezas que con el tiempo llegarán a ser útiles en el proceso de escribir. Los niñitos aprenden primeramente el lenguaje escuchando las conversaciones de otras personas, y escuchan más atentamente cuando la conversación es con ellos. De esas conversaciones escuchadas los niños extraen las reglas gramaticales y luego la habilidad de comunicarse con otros. Los padres que se preocupan de hablar correctamente en el hogar están estableciendo cimientos sólidos para sus hijos.

Modelos para la forma de hablar. Cuando la madre le habla al infante, el bebé escucha y la observa atentamente. No es por el puro agrado de oír su voz. Las investigaciones demuestran que un pequeñuelo de pocos días de edad realmente imita las expresiones faciales de su madre. Al crecer, comienza a imitar los sonidos que ella hace. Por lo tanto, los bebés que escuchan el portugués hacen sonidos portugueses, los japoneses hacen los sonidos de la lengua de sus padres—mucho antes de aprender palabras identificables.

Más tarde, el bebé conmueve a sus padres enunciando sus primeras palabritas. Pero éstas no son cualesquiera palabra. Casi todas las primeras palabras son sustantivos: papá, gato, pan. Cuando el niñito comienza a usar frases de dos palabras, en su mayoría son formadas de sustantivo y verbo: “Mira papá”, “Dame pan”, “Gato, ven”.

El bebé extrae de la conversación de sus padres las palabras importantes en cada oración porque la mente está “programada” para distinguir diseños, lo similar y lo diferente. Así que cuando escucha a su madre hablar de una galleta o dos galletas, no solamente aprende algo de matemática (cantidad), sino también está aprendiendo la gramática (plurales): cuando se agrega una “s” significa que hay más de una galleta.

El niño aprende también de las conversaciones con sus familiares a utilizar los artículos. Percibe que las palabras terminadas en “o” usan el artículo masculino. Pero como no conoce todavía las excepciones del diseño, suele cometer errores, tales como “el mano”. En vez de corregir sus errores, podríamos alabar sus esfuerzos al reconocer que ha descubierto un diseño gramatical que funciona en la mayoría de los casos. Mientras el niño escuche las palabras usadas correctamente, aprenderá las reglas básicas de la gramática; quizás no los términos pero sí, el uso.

Leyendo y escribiendo. Tan pronto como el niño logre mantenerse sentado, si no antes, comenzará a disfrutar de los libros ilustrados, si tiene la oportunidad de hacerlo en compañía de sus padres. A esta temprana edad no le sirve oír la historia simplemente leída. Necesita interactuar. La madre puede indicar algún detalle del dibujo y pronunciar el nombre: “¿Ves el conejito?”  Y después, “¿Dónde está el conejito?” esperando que el niño lo vea y quizás lo apunte con el dedito. “Yo veo su orejita. ¿Lo ves tú? ¿Puedes encontrar la zanahoria que el conejito quiere?” Esta forma de usar el libro de cuentos le proporciona un modelo o diseño de la conversación. Su mente puede captar y absorber la información y también el proceso. Después, cuando tenga dos o tres años y ya intenta usar oraciones completas pero aún sencillas, le interesará oír la lectura del cuento a qué se refieren las ilustraciones. Estará listo para captar las partes más complejas del diseño del lenguaje, inclusive el vocabulario y la entonación.

No se puede recalcar demasiado lo importante que es esta forma de comunicación entre los padres e hijos. En realidad es fundamental para su desarrollo mental, a la vez que forma el cimiento para sus avances literarios. Los padres que sostienen conversaciones interactivas con sus hijos desde temprana edad, y siguen haciéndolo durante el tiempo de su desarrollo, verán los resultados no solamente en su habilidad de raciocinio, sino también en el desarollo de su vocabulario, su atención a los temas tratados y su destreza para la lectura. En las noticias recientemente se destacó los resultados de una investigación acerca de las graves faltas en lectura de niños escolares. El artículo incluyó el siguiente comentario:

A medida que aumenta el rendimiento de los estudiantes en los  tests de lectura, el grado de comunicación con los padres crece, lo que refuerza que a mayor comunicación, mejores resultados.1

La composición literaria. Ahora llega el momento en que el niño podría contar el repetido cuento del conejito (o cualquier favorito) en sus propias palabras. También se le puede animar a contar sus propios cuentos o simplemente describir lo que está haciendo. Si la madre le anima y ella misma escribe el cuento usando las palabras escogidas por él, le será de mayor motivación. Algunos escriben los cuentos de sus niños en libritos creados para ello, dejando espacio para que el niño pueda añadir sus propias ilustraciones.

Según las investigaciones, niños de poca edad suelen atribuir significado a sus garabatos. “Las investigaciones proponen que la mejor manera de ayudar a los niños en esta etapa de su desarrollo como escritores es respondiendo a las ideas que están tratando de expresar.”2 El Dr. Bennett, secretario de educación del gobierno estadounidense, añade, “Los niños a quienes se les anima a dibujar y garabatear sus cuentos a temprana edad llegarán a escribir más fácil y efectivamente, y con mayor confianza que los niños a quienes no se les animó a hacerlo.”

Un parvulario probablemente intentará primero escribir su nombre y será suficiente que use letra imprenta. Cuando comienza a leer palabras sencillas, se le puede animar a escribirlas en un cuaderno, añadiendo sus propios dibujos o recortando las ilustraciones de revistas publicitarias. Papel cuadriculado servirá para ayudarle en el tamaño de las distintas letras y uno puede comprar o crear carteles con las letras cursiva para ayudarle a recordarlas. No es necesario apurarse en esto. El niño escribirá como pueda, pero llegará el día cuando le será importante comunicar mediante la escritura y en ese momento se encontrará motivado a hacer el esfuerzo de escribir correctamente.

Buscando oportunidades para escribir. Algunos de los niños resultan estar listos y entusiasmados para escribir, mientras que otros lo evitan por un buen tiempo. Pero a todos les llegará el día en que la habilidad para escribir será una necesidad. Si a su hijo no le gusta usar papel y pluma ¿por qué no sugerir la máquina de escribir o el computador si lo tiene? Jugando con una máquina, puede lograr la inspiración que necesita A uno de mis hijos no le gustaba escribir. Me decía que iba a esperar que alguien inventara una maquinita escritora (y claro ¡ahora tiene su Palm Pilot o agenda electrónica!). Pero quedaba fascinado con el computador, pasando horas enteras comunicándose por medio del teclado a todo el mundo. Y allí tenía que escribir bien, ya que otros notarían si se equivocaba. Llegó a ser un buen escritor de esa manera, siempre que no tuviera que escribir con lápiz.

A los hijos se les puede sugerir que guarden un diario de vida. También es bueno que los niños aprendan a escribir cartas de gratitud, por ejemplo a abuelos por los regalos que ellos les han mandado. Notas pegadas al refrigerador, cartitas de cariño escondidas donde las descubrirán (y quizás contestarán), tarjetas para cumpleaños y navidad, todas son ocasiones que hemos encontrado para estimular esta habilidad de una forma lógica y deseable en vez de forzada y estructurada. El niño puede ayudarnos a hacer una lista de compras, o quizás podría escribir una carta al diario en cuanto a alguna noticia que le impresiona o conmueve.

Una vez, cuando llegábamos a casa después de haber hecho una visita al planetario de la universidad con un grupo de familias escolares, le pedí a mi hijo (tenía como 9 años) si me pudiese escribir una historia o reportaje acerca de la visita, con el propósito de publicarla en nuestra revista para familias escolares. Pasó un largo rato mirando el papel, lápiz en mano, y por fin anunció que no sabía qué escribir. Pero esa misma tarde al llegar su papá de la oficina, el niño comenzó a relatarle toda la historia de lo ocurrido en el viaje de la mañana. Yo enseguida tomé una pluma y comencé a escribir la historia, tal cual lo contaba el niño a su papá. Después cuando la leía reconociendo, asombrado, que eran sus mismas palabras, le expliqué que el escribir es lo mismo que el hablar. Son dos formas de comunicar una historia. Ya a los 14 años este mismo hijo escribía actas de reuniones de junta, programas computacionales (todo a máquina), y también podía anotarme los mensajes telefónicos, escribiendo a mano si era necesario.

Uno no debiera perder de vista el verdadero propósito—la comunicación—cuando se trata de ayudar a los niños a desarrollar estilo y nitidez en su escritura. Para comunicarse es preciso tener algo que decir, y también la necesidad de decirlo.

Las reglas de ortografía. El español tiene muy pocas reglas, comparado con el inglés u otros idiomas, por lo tanto será una tentación insistir que el niño tenga que memorizarlas. Pero comprender el porqué de las reglas le será mucho más útil. Así hablaremos una vez más del diseño de las cosas, en este caso el diseño del español. Si el niño escribió con falta ortográfica, se le sugiere que busque otras palabras para hacer una familia de las palabras que usan el mismo sistema. Por ejemplo, si él escribe una palabra grave sin su tilde, se le repite la regla pero añadiendo la sugerencia de buscar varias otras palabras que llevan tilde en la penúltima, para darle experiencia con la regla. Las palabras con letras no pronunciadas son de difícil ortografía. Pero si el niño puede hacer una colección: guante, guapo; hilo, hoyo (las g y las h no se pronuncian), se dará cuenta de cómo funciona el diseño. Muchos se equivocan con los homónimos, olvidándose de diferenciarlos. Se le puede mostrar al niño y explicar la diferencia entre hecho y echo, solo y sólo, meses y meces, mediante una conversación en cuanto a ello o se puede hacer un juego de buscar ejemplos similares con la ayuda del diccionario.

Algunos niños se pueden interesar en la etimología o el origen lingüístico de las palabras. Este estudio les proporciona información de dónde y cuándo se originaron las diferentes familias de palabras. Por ejemplo, se puede notar la influencia de los moros en los vocablos naranja y zanahoria. Es claro que si uno aprovecha de aprender un segundo idioma, le ayudará a familiarizarse con su propia lengua.

Más vale comprender que memorizar. A igual que todos los reglamentos en la vida, es más fácil aplicar las reglas gramaticales si son comprendidas. He notado que a muchos adultos les es difícil aplicar las reglas de puntuación, aunque es bastante fácil hacerlo cuando son comprendidas, como lo demostró uno de mis hijos. La última vez que hicieran tareas de tipo escolar fue cuando éste tenía unos nueve años. Yo iba a salir de viaje a la capital y él, muy entusiasmado, esperaba acompañarme. Siendo que estábamos al comienzo del año escolar, le di unos tres o cuatro libritos de tareas para que los completara antes de emprender el viaje. Uno de los libros trataba de la gramática, y específicamente de la puntuación. Y bien, lo estudió cumpliendo todas las tareas. Contestó todas las preguntas de repaso y completó el libro a tiempo para partir. Varios meses más tarde y ya en casa nuevamente, me mostró una carta que recién había escrito a su abuelita. Noté que le faltaba toda la puntuación y le pregunté, sorprendida, ¿Porqué no le pusiste puntos y comas? ¿Para qué es la puntuación, mamá? me preguntó. Y yo, pensando en el librito de gramática que tan laboriosamente había completado, me pregunté ¿Para qué le sirvió ese esfuerzo?

Entonces se lo expliqué así: La puntuación sirve para indicar la entonación de lo que está escrito. Sin entonación, no tiene sentido, lo que se puede demostrar leyendo en voz alta un párrafo sin cambiar la voz. Es como notación musical, le dije, y comencé a cantar “Pío, pío, pío (coma) dicen los pollitos (coma) cuando tienen hambre (coma) cuando tienen frío (punto)”. Al leer en voz alta uno eleva la voz frente a una coma, le dije, y la baja al llegar a un punto. “¡Ahora lo comprendo!” exclamó, y nunca más tuvo dificultades con la puntuación.

Una costumbre que les sugerí a mis niños fue el pronunciar bien la palabra que encontraran difícil de deletrear. Por ejemplo, muchos (inclusive el diario local) hablan de “juegos artificiales” cuando quieren decir fuegos artificiales. Se ha escuchado a vendedores en la feria clamando, “Zanadorias, caserita” refiriendo en realidad a las zanahorias que están vendiendo. De hecho, el niño tendrá problemas si lo trata de escribir como lo escuchó. Sólo es necesario mostrarle la palabra en el envase de zanahorias para que aprecie la diferencia y cual es lo correcto.

Cuando un niño mayor ha escrito algo, es bueno sugerir que lo corrija él mismo. Ya sabrá cómo buscar las palabras en el diccionario, y es menos incómodo que tenerlo marcado y corregido por otro. A veces mis hijos me pedían que leyera sus “obras literarias” para que se los aprobara. Yo les contaba el número de  errores que había encontrado y los dejaba buscarlos solitos, y casi siempre ellos los encontraban todos. Si los niños están leyendo buenas publicaciones, estarán acostumbrados a la gramática correcta y les serán bastante aparente los errores si toman el tiempo de fijarse. Otra manera de atraer la atención al asunto es prometerles una moneda por cada error que encuentren por su cuenta en el diario (o un premio al que más encuentre). En todo caso, lo más importante es utilizar en el hogar un buen lenguaje. Entonces los niños tendrán el sentido de la gramática “en su sangre”.

No debemos olvidarnos de que el propósito de todo esto es la mejor comunicación. Alcanzándose esta meta, no hay por qué hacer que el proceso sea difícil o tedioso. Debemos recordar que los niños también averiguan las cosas y llegan a comprenderlas solitos, y muchas veces antes de que aun nos hayamos preocupado de ello.

Un día tuve que ir al centro. No es tan a menudo que vaya al centro de la ciudad, pero tenía que hablar con un oficial. Encontrando un lugar para estacionarme, me fui caminando ligeramente por la vereda frente a un edificio alto de oficinas arriba y vitrinas al nivel de la calle. Fue en ese momento que me di cuenta de una escena congojosa.

Una de las vitrinas mostraba lo que parecía ser una guardería infantil. A través de la ventana pude divisar unos 25 niñitos. A un lado había unas mesitas donde algunos niños esperaban mientras un par de adultos les servían comida. Al otro lado había juguetes de tamaño grande y sobre las cuales se podía trepar y jugar. Algunos de los niños estaban parados cerca o se afirmaban en los juguetes mientras que otros estaban cerca de la ventana.

Ningún niño sonreía. Ninguno estaba jugando. Me fijé que no hacían nada. Aunque muchos de ellos parecían mirar por la ventana, no se fijaban en mí. Simplemente miraban… y esperaban. Ni se demostraban curiosos o interesados como es natural para niños de esa edad.

Me sentí clavada en el lugar, mirando fijamente a la escena que más que nada parecía una tienda de mascotas o animales domésticos. Traté de comprender qué era lo que me fascinaba y molestaba en la escena y concluí que era la completa falta de libertad. Los pequeños presos ya no interactuaban los unos con los otros, ni con el mundo de afuera. Parecían solamente esperar, quizás, a sus padres; esperando que comenzara de nuevo su vida después que ellos llegaran del trabajo a buscarlos.

Pensé cuan afortunados son los niños de familias escolares, cuyos padres están salvándoles a sus hijos de tal condición. Pues, de seguro se trata de la libertad: la libertad para pensar, para probar nuevos caminos educacionales, y sí, para desarrollar nuevas habilidades sociales.

Aunque nosotros como padres somos productos de las escuelas y de ese sistema educacional, de alguna manera debemos, cada uno, descubrir nuevamente la verdadera libertad y declarar nuestra independencia de la tiranía de la presión social, por el bienestar de nuestros hijos. — Kathleen McCurdy, en la revista “Home Education Magazine”.

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1) La Tercera, Santiago, 1 de julio, 2003
2) William J. Bennett, What Works, Research about Teaching and Learning, 1986.