Capítulo 2: ¿De qué manera aprenden los niños?

Aprendiendo Naturalmente por Kathleen McCurdy

En otro tiempo los investigadores científicos pensaban que cada uno aprende el idioma simplemente al escuchar e imitar a los mayores. Pero resulta que es más complicada la cosa. Los niños no comienzan a conversar en oraciones completas, sino que al principio usan solamente los sustantivos. Cuando ya pueden decir unas cuantas palabras, los oímos añadir algunos verbos: “Mira gato”, “Quiero pan”. Después poco a poco dicen las otras palabras hasta completar las frases. Esta construcción de la sintaxis en el vocabulario del niño demuestra que la mente extrae de la conversación las reglas del uso. No hay que enseñarlas porque la mente está dedicada a buscar el diseño.

Los niños comienzan, apenas nacidos, a buscar el diseño de todas las cosas. Nacieron ya motivados a aprenderlo todo, y sin empeñarnos ellos aprenden la lengua, aprenden a caminar, a vestirse, a usar la cuchara, pero lo aprenden a su propio modo de aprender. “A toda hora están haciendo investigaciones, exploraciones, pruebas y exámenes de todo lo que encuentran, hasta el momento de encontrarse cautivos en el escritorio de la escuela, obligados a sentarse quietos y callados, a hacer solamente lo ordenado, y a comenzar y dejar de hacerlo según lo requerido. Estas condiciones están en contraposición al desarrollo intelectual y al aprendizaje, y lo que resulta son los fracasos, los problemas disciplinarios, las dificultades y el aburrimiento que solemos encontrar en los colegios.” 1

Los neurocientíficos nos dicen que la mente está activa a todas horas, aun cuando estamos dormidos. Entonces ¿para qué existen las escuelas donde los niños deben permanecer pasivos, en general escuchando, mientras la maestra está activa? Si el niño de cuatro años ya llegó a conocer por su cuenta las indicaciones del género y el número en las palabras y el diseño de la conjugación de los verbos, ¿porqué hay que enseñárselo de nuevo como si fuera una cosa oscura y difícil?

Según los científicos y psicólogos, el cerebro tiene la naturaleza de una computadora que descubre y reconoce los diseños o modelos de todo, notando lo que es similar y lo que es diferente. Por ejemplo, si uno ya conoce al gato y se encuentra con un perro, uno va a notar que aunque tiene cuatro patas y una cola a igual que el gato, también posee un hocico más grande, una cola más gruesa y unas cuantas distinciones más que lo identifican como algo que no es gato. Y se puede notar que a los niños pequeños les interesa mucho las diferencias que existen entre los animales. ¿Será porque tienen un deseo de ejercitar esa misma habilidad de notar las similitudes y las diferencias? El proceso de aprendizaje puede definirse como el acto de “extraer de la confusión un diseño que tiene significado.” 1

Lo que es necesario para extraer el diseño de las cosas, ya sea le diseño de una tela o alfombra, o de la gramática, la matemática, la ciencia, la historia y todo lo demás—lo que es necesario, pues, es una buena cantidad de ello. En la clase uno encuentra muy poco de todo, solamente lo que la maestra puede presentar a todos en conjunto, apenas una gotera. Pero fuera de la clase existe mucha información y variedad de conocimiento, una inundación de ideas. De allí se puede conocer más fácilmente el diseño de las cosas, justamente al modo más eficaz en que funciona el cerebro.

Según los estudios científico, lo más importante es la interacción con el ambiente. Por ejemplo si los animales del laboratorio son colocados en una jaula con tareas interactivas y juguetes, sus cerebros pesan más y tienen mayor capacidad que otros animales en jaulas sin tal enriquecimiento. Pero hay que notar que cuando estas jaulas fueron colocadas cerca de los primeros para que los últimos pudieran observar a los primeros que jugaban, no se notó ningún crecimiento en sus cerebros. Pudiendo sólo observar, sin poder interactuar con el ambiente, no sirve para aumentar el conocimiento.

Cuando se espera que los niños aprendan, es importante considerar este punto en cuanto a la interacción. Lo que les interesa, lo que pica su curiosidad, les hace pensar y preguntar, o buscar la solución es lo que les va a ayudar—diremos, les alimentará el cerebro. Si queremos tener niños inteligentes entonces “no deberíamos obligarlos a pasar el tiempo pasivamente observando y escuchando. Pero eso es lo que ocurre en muchos casos: con la televisión, en los parvularios, en las actividades públicas, y hasta en el hogar. ¡Quién sabe cuánto es lo que se pierde de las habilidades escolásticas con esta exigente pasividad!” 2

Existe una historia de un famoso experimento en que dos gatitos gemelos fueron colocados en un estanque circular que había sido pintado previamente con rayas verticales de blanco y negro. Un gatito estaba encerrado en una jaulita movible, mientras que se permitía al otro andar por cualquier lado. Aunque ambos sostuvieron el mismo estímulo visual, el gatito pasivo que no pudo investigar por si mismo quedó ciego a las rayas verticales mientras que el otro desarrolló conexiones visuales entre sí y las rayas. Así concluyeron que “la experiencia es lo que forma al cerebro, pero es necesario interactuar con la experiencia.” 2

Según otros estudios, la interacción con adultos, y especialmente la estimulación lingüística, es una de las ventajas más importantes para el desarrollo mental. “Los padres están realmente participando en el desarrollo de las mentes de sus hijos justamente en proporción al tiempo en que se dedican a interaccionar y comunicar con ellos. La interacción lingüística realmente actualiza los tejidos del cerebro.” 2

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Se ha incluido aquí material de los siguientes autores:
1) Leslie A. Hart en Educational Leadership, Marzo de1981.
2) Jane M. Healy en Endangered Minds—Why Our Children Don’t Think, Simon & Schuster, 1990