Aprendiendo Naturalmente por Kathleen McCurdy
A veces nos hemos entretenido observando las travesuras en el simpático juego de perritos y gatitos. Brincan, saltan, muerden, rugen, se pillan la cola, se enredan en madejas de lana, desgarran quizás un zapato—parece divertido pero por supuesto sabemos que realmente están practicando su instinto para sobrevivir. Se nos dice que los animales nunca gastan el tiempo jugando como lo hacen los niños; la vida es muy seria para ellos. Tienen que pasarlo desarrollando y perfeccionando las habilidades necesarias para comer y no ser comido. Pero ¿es el juego de los niños realmente diferente al de los animales?
Los científicos que han estudiado a los chimpancés observaron que los animales jóvenes que fueron privados de sus madres no jugaban como los demás. Durante los primeros cuatro o cinco años de vida, los monitos se mantenían juntos a sus madres y tenían tiempo de más para observar el comportamiento de los adultos y para incorporar lo observado en sus juegos. Jane Van Lawick-Goodall y sus colegas, que estudiaron a los chimpancés silvestres en Tanzania, reportaron un ejemplo impresionante de cómo este tiempo de observación junto con el juego que realizaban los monitos conduce al comportamiento adiestrado de los adultos.
Los chimpancés adultos han aprendido a cazar y comerse las termitas. Buscan unos palitos adecuados, les sacan la corteza, los mojan en la boca, y luego los insertan en los orificios de las termitas. Después de esperar un minuto para que las termitas se adhieran al palito, se los remueve y los lamen con buen apetito. Se observó que los chimpancés jóvenes sentados cerca de sus mamás jugaban con palitos. Pasaban largo tiempo sacándoles la corteza a los palitos, o intentando introducir palitos de diferentes tamaños en diversos orificios. No intentaban cazar a las termitas, solamente jugaban. Un pequeño chimpancé que había perdido a su madre en sus primeros años y fue criado por sus hermanos mayores, nunca adquirió la destreza especializada de cazar las termitas. Le faltaba la oportunidad de observar de cerca a los adultos y no disfrutó de la protección que una mamá le hubiera proporcionado al enfrentar las vicisitudes de la vida.
Por lo tanto, algunos han concluido que el jugar es realmente importante no sólo para sobrevivir sino porque también proporciona la oportunidad de practicar rutinas parciales y secuencias del comportamiento que después forman un conjunto de destrezas, y la habilidad para resolver los problemas de la vida. El jugar también reduce o neutraliza el apuro de lograr algo. Todos nos hemos encontrado en la instancia de querer aprender o recordar algo importante, aunque sea el nombre de una persona, sin lograrlo. Después nos asombramos cuando, ya bajado la presión y sin intentarlo, se nos viene el nombre a la memoria. Justamente así, el juego ayuda a los niños a aprender en una forma casual, muchas cosas que de otra manera parecerían demasiado complicadas. Al restar importancia al objetivo, el juego ayuda a que los niños aprendan más fácilmente las habilidades que necesitarán cuando sean mayores.
El psicólogo e investigador Jerome Bruner estudió los efectos del juego relacionado a la habilidad del niño para resolver problemas. El y sus colegas diseñaron un experimento en que niños de tres a cinco años fueron instados a realizar la tarea de sacar un premio que se encontraba en una caja fuera de alcance. La única manera posible era uniendo dos palitos con una grapa así construyendo un palo más largo con el cual alcanzar el premio. Se dividieron a los niños en cinco grupos. El primer grupo fue “enseñado” por un adulto que demostraba como unir los palitos con una grapa. El segundo grupo fue entrenado en el uso de la grapa. El tercer grupo observaron al que hacía el experimento mientras realizaba la tarea de construir el palo y alcanzar el premio. El cuarto grupo no recibió ninguna preparación pero simplemente se les dio la oportunidad de jugar con los materiales. El quinto grupo fue el grupo de control y no recibió ninguna preparación previa.
Los resultados de este experimento fueron asombrosos. Los niños que solamente jugaron con los materiales pudieron resolver el problema tan bien como los que observaron la demostración y solución completa, y doblaron el porcentaje de logros comparados con los niños que fueron enseñados o a los que fueron entrenados. Dijo el Dr. Bruner: Nos llamó la atención la tenacidad de los niños del grupo de juego que se clavó en la tarea. Aún cuando su primera estrategia fuera mal guiada, terminaron con solucionarlo porque podían resistir la frustración y la tentación a desanimarse. Estaban jugando.”(Psychology Today, enero de 1975.)
Otros investigadores han encontrado que la oportunidad para jugar tiene un efecto en la creatividad del niño más tarde. El juego sirve como un vehículo para la adquisición del lenguaje, y ayuda al niño a asimilar las experiencias que tiene y así lograr su propio entendimiento del mundo. “Ahora comprendemos que el jugar es asunto serio, en realidad es el asunto principal de la juventud. Es el vehículo para la improvisación y la combinación, el primero que conduce al sistema de regla por la cual un mundo de reserva cultural reemplaza a la operación del impulso juvenil.” (Bruner, op. cit.) Por supuesto que los niños en familias escolares tienen mucho más tiempo para jugar, lo que puede explicar su mayor desarrollo social comparado a sus prójimos.
Según Benjamín Bloom, profesor de educación en la Universidad de Chicago, cerca de 95 por ciento de la enseñanza en las escuelas hoy en día está enfocado en los “procesos mentales de bajo nivel”—repetición maquinal de reglas gramaticales, tablas de multiplicación, nombres y fechas históricos. La mayoría de los profesores gastan muy poco tiempo en los “procesos mentales de alto nivel”—la solución de problemas, análisis, interpretación. Sin embargo, Bloom y otros notaron mediante estudios recientes que, a medida que los niños mejoraron sus habilidades mentales, también ganaban en cuanto a la repetición maquinal. “Conociendo que significa una idea o un principio y como se le puede aplicar ayuda al niño a aprender más y conocer mejor,” dijo Bloom.
Estos “procesos mentales de alto nivel” son exactamente aquellos que se están ejerciendo mediante el juego. Niñitos intentando conseguir un premio de la caja fuera de su alcance tienen que analizar e interpretar la situación. Intentando varias soluciones, ellos están ejerciendo la habilidad de interpretar resultados y eventualmente los conducirá a la solución del problema. Sea que el niño esté corriendo sus autitos, construyendo con sus piezas de Lego, o sirviendo el té a sus muñecas, estos procesos mentales de alto nivel se están implementando a lo sumo.
Como Hart, Smith y otros han apuntado, los recién nacidos comienzan enseguida a hacer un vigoroso esfuerzo para sacar el sentido a las cosas en el mundo a que han entrado. A toda hora están haciendo investigaciones, exploraciones, pruebas y exámenes de todo lo que encuentran, hasta el momento de encontrarse cautivos en el escritorio de la escuela, obligados a sentarse quietos y callados, a hacer solamente lo ordenado, y a comenzar y dejar de hacerlo según lo requerido. Estas condiciones están en contraposición al desarrollo intelectual y bajo ellas el aprendizaje se para en seco. (Leslie Hart, Educational Leaderhip, marzo, 1981)
Un artículo en la revista Changing Times, diciembre, 1986, revisó un número de productos obtenibles en el comercio que fueron diseñados para ayudar a los padres a preparar a sus párvulos a leer. Encontraron que tales productos eran inadecuados para párvulos “porque el proceso de aprendizaje usado es de forma estructurada y formal, teniendo que ver con libros de tarea y otros materiales y procedimientos académicos tradicionales.” Como dicen los autores, los niños aprenden mejor cuando tienen bastantes oportunidades para explorar, crear, e iniciar sus propios actividades para aprender a su propio ritmo, y experimentar su mundo en forma palpable, sea construyendo torres con los bloques alfabéticos o visitando al zoológico.
Otra crítica que publicaron fue que las actividades sugeridas en los libros de tareas y los programas parecían ser “innecesariamente maquinados”. Por ejemplo, la instrucción de cortar formas de calcetines de papel en diferentes colores para que el niño aprenda a clasificarlos. Ellos sugieren que “el niño puede aprender lo mismo clasificando verdaderos calcetines.” Sí, y quizás aprenderían aun más, a guardar la ropa, por ejemplo. Los libros de tarea y otros auxilios para el aprendizaje infectan con una enfermedad llamada “complete el espacio en blanco” y no les ayuda a tener pensamientos críticos, creativos, y de lograr un aprendizaje significativo, dice una asesora de artes del lenguaje, Carol Otis Hurst, que diseña programas de literatura para las escuelas públicas y es profesora universitaria. Ella siente que los niños y especialmente los párvulos deberían ocuparse “de cosas mucho más importantes, como la causa y el efecto de la lluvia relacionada a los charcos” y otros descubrimientos no enseñables.
Algunos padres concienzudos se preocupan de que sus niños quieren estar siempre jugando, y temen que es tiempo gastado en cuanto a lo que concierne el aprendizaje. Pero si estos padres pensaran analíticamente y observaran el juego de sus niños, descubrirían que un montón de aprendizaje está ocurriendo. El verdadero aprendizaje ocurre en la familia cuando los padres juegan con los niños. Pero de lo contrario, muchos nos hemos dado cuenta de lo poco que sirven los juegos maquinados que son diseñados para fomentar el aprendizaje. Son inmediatamente rechazados por los niños.
En una familia expertos en computadores, la madre afirmaba que nunca los iba a comprender. Todos trataban de mostrarle la forma de utilizarlos. Hasta el más pequeño gozaba de los juegos mientras el hermano mayor se apuraba por tener la oportunidad de probar su nuevo programa. La hermana solicitaba: “Ven Mamá ¡es divertido! Tienes que probarlo”. Papá sugería que le sería más fácil escribir su boletín informativo para familias escolares si lo hiciera en el computador en preferencia a la máquina para escribir. Pero la madre afirmaba que los computadores no eran para ella. “No gracias. Me quedo con la máquina que me ha servido tan bien hasta ahora.”
Computadores iban y venían, cada uno más “inteligente” que el otro. “Prueba este. Te lo explico, o si quieres lo puedes leer en el libro,” ofreció el adolescente. Una noche cuando todos los demás se habían acostado, la mamá iba apagando las luces cuando notó que habían dejado un computador prendido. Uno de los chicos había comenzado un dibujo y lo había dejado en el computador sin terminar. No atreviéndose a apagarlo, mamá comenzó a jugar con el computador y a completar el dibujo. Probó una que otra cosa y notó que le hacía preguntas y ella las podía contestar. Había observado mucho más de lo que pensaba mientras otros lo usaban. Pronto el dibujo quedó terminado… y a mamá le había “picado el bichito” de los computadores mientras solamente jugaba. Nunca interesada en llegar a ser una experta, sin embargo había aprendido una habilidad útil mediante el juego.
Autores Holt y Moore describen a la escuela como “la cárcel de los niños”, donde está prohibido jugar y donde el aprendizaje es casi imposible porque la madre no está presente para protegerlos de las distracciones y presiones, y donde las mentes inquisitivas están obligados a callarse, a estudiar y no hacer preguntas, y aún su tiempo libre se les llena de tareas escolares. En su libro A Good Enough Parent, Bruno Bettelheim nota:
Mientras más oportunidades tengan el niño para disfrutar de la riqueza y franca fantasía del juego en todas sus formas, lo más sólido será su desarrollo. Esta es la razón por la cual los niños privados de cultura y que tuvieron poca oportunidad para jugar y que sus padres no jugaron con ellos tienen tan difíciles tiempos en el colegio. Sin la experiencia de salir adelante en los juegos, no tienen confianza para lograr éxito en la escuela.” (p. 208) “Los niños no logran mucho si viendo televisión o realizando actividades tales como el aprendizaje académico les impide las ricas experiencias de los juegos y el jugar.”
En un artículo en la revista Child de 1988 titulado “¿Puede salir Johnny a jugar?”, Randi Londer habló con unos expertos que deploraban el estado de los sitios de juego hoy en día. “‘Ciertas escuelas han organizado actividades físicas para el recreo’ dice Dr. Sutton-Smith quien ha escrito varios libros acerca de los juegos y del jugar. ‘A los adultos les gusta porque pueden mantener el control. El único problema es que los niños prefieren perseguir a sus compañeros en el patio antes que se les diga cómo deberían ejercitar las piernas. El entusiasmo de pillarse los conduce a más ejercicio que la pista o una carrera de campo. Londer continúa
Muchos expertos comentaron este tema de devolver a los niños el control de sus juegos y ejercicio—el control para iniciar el juego ellos mismos, y la libertad para hacerlo cuándo y cómo lo desean. Los niños ya están en bastantes situaciones donde los adultos los dirigen y organizan,’ dice el Dr. Hart de City University en Nueva York. “Ellos pierden el control de sus actividades, pierden autonomía social y pierden la oportunidad de soñar y crear.’ Cuando preguntamos a la gente que es lo que más recuerda acerca de su juventud, dice el Dr. Hart, ellos recuerdan los lugares no diseñados para nada, los lugares ‘encontrados’. Los sitios vacíos, un canal al fondo del jardín, lugares para esconderse bajo los puentes. ‘Son estos lugares olvidados los cuales los niños desean’ él dice, ‘porque allí ellos pueden crear su propio significado. Ahí es donde los niños se olvidan del tiempo, donde ellos fantasean e inventan sus propios mundos, jugando sin límites o metas… . Asistiendo a un parque de juegos [gimnasio], les enseña a ser consumidores en vez de creadores.'”
Nuestra confianza en nuestro niño es lo que crea en él una confianza básica en sí
mismo, una confianza acerca de sus propias habilidades. –Bruno Bettelheim